El principal secreto para escribir no es ningún secreto: consiste en tener muchos secretos y la capacidad de revelarlos. Para ello hay que empezar por dominar el tema. Eso es todo.
Quien se sienta a escribir es porque tiene algo qué decir. Mientras no se tenga algo para decir no hay por qué empezar. El famoso cuento de la hoja en blanco todas las mañanas a primera hora sólo ha producido literatura babosa y polucionante. El que necesita una hoja blanca frente a los ojos para empezar a pensar, no es pensador. Primero piense, y después de que haya pensado, vuelva a pensar sobre lo escrito. Reflexionar. Ése es el secreto.
Hay que detenerse un momento a considerar lo que guardan las bibliotecas antes de decidir si pondremos en ellas una hoja más. Porque cada página que se escribe es una página que se agrega a los mejores. No es fácil. ¿Ah?
La teoría dice que escribir debe ser fácil. Escribir sí, relativamente. ¿Pero, publicar? Ahí es donde se patentiza nuestra irresponsabilidad y, por supuesto, la de los editores.
Cuando era difícil publicar, los poetas tenían tiempo para corregir. Hoy en día, cuando a los escritores se les arrancan de la mano las cuartillas frescas, la literatura, y la poesía especialmente, se convirtieron en un basurero. Consulté sobre eso a varios editores. Me dijeron que no importaba, porque la literatura universal ya se escribió, y todo lo de hoy es reciclable puesto que se trata de repetición. Vista así, la empresa literaria resulta inobjetable. Pero no es de eso de lo que se trata cuando hablamos de poesía. La poesía es otra cosa. Que un joven lleve tu poema junto con dos billetes arrugados, no hay mayor gloria. Si logras eso estás salvado. Porque los jóvenes llevan a sus maestros en el bolsillo.