La puntuación es necesaria para el correcto sentido del texto y su buena lectura, particularmente en voz alta. La puntuación marca el ritmo y la respiración.
La puntuación es parte esencial del estilo, pero donde no hay un estilo de vida tampoco existe el estilo en las artes.
La forma convencional de puntuación es la más común. Para el buen escritor, la puntuación es un arte.
Hay el escritor sustancioso de largos períodos y el escritor de frase cortada, filuda y certera. Ambos nos atrapan. Y es por el encadenamiento de la puntuación.
Sin embargo, la puntuación constituye una parte de la gramática notoriamente descuidada en Colombia, lo cual va parejo con el olvido generalizado del español. Las nuevas generaciones no tienen más que un triste argot de barriada, que perpetúa su ignorancia, puesto que todo estudio requiere la precisión del lenguaje. No existen tratados científicos y técnicos en “parlache”.
La ignorancia de la puntuación se disimula escribiendo sin puntuación, con un falso orgullo revolucionario de rebeldía y novedad.
Se desconoce que el invento no es la falta de puntuación, sino la puntuación misma. Originalmente se escribió sin puntuación, la cual surgió después, como respuesta a una necesidad evidente.
Para escribir sin puntuación es necesario dar al texto una forma de especial continuidad, que no admite los signos de puntuación. El lector enterado descubre las intenciones del autor. Si percibe que oculta su ignorancia, simplemente deja de leerlo.
Los signos de puntuación no son universales, como tampoco el español, lengua que pierde importancia porque se encuentra en proceso de desintegración. El anhelado proyecto de una lengua universal es utopía. Todo lenguaje se diversifica a medida que se expande.
Existen novelas sin puntuación, sin genio, sin arte, sin importancia. Exceptuando algún monólogo, la falta de puntuación difícilmente alcanza categoría literaria.
Escribir sin puntuación no es cosa fácil, a menos que se ignore el español. Trate usted de hablar sin pausas, sin gestualidad y sin entonación: resultará una retahíla cómica e incomprensible.
Se abandona la puntuación, se eliminan preposiciones, conjunciones y demás partículas ilativas, ¿y dice usted que escribe en español, que desea ser reconocido como autor de lengua española?
Tenemos escritores tan tacaños que economizan la puntuación. Otros despilfarran las comas a manos llenas, como esparciendo semilla. El arte no es economía ni despilfarro. Es la proporción dentro de lo necesario. Lo ampuloso y lo ascético son los extremos. “Todo extremo es vicioso”, dicen los santos. Observar en la historia lo que perdura por su solidez, ésa es la mejor lección.