El estilo sirve hasta para disimular la falta de ideas. Al comienzo no importa mucho lo que se escriba, sino cómo se escribe. El escritor, como cualquier otro artista, y al igual que la Naturaleza, procede por ensayos. No se llega a tener un estilo antes de haberse formado una personalidad. La edad para tener personalidad depende de cada quién. Algunos no la adquieren nunca. El escritor sin personalidad no existe, pues carecería de autoridad, de poder de convicción, sería débil y amorfo, sin magnetismo y sin atracción. Por eso se dijo que “el estilo es el hombre”.
Cuando se adquiere la personalidad, el estilo aparece por sí mismo, como fruto de esa personalidad. Esto quiere decir que resulta inútil pretender tener un estilo sin averiguar antes quién se es. Cuando un individuo logra saber quién es y qué desea, sólo a partir de allí se ha hecho adulto, ha recorrido la primera parte de su camino, y en adelante tendrá la seguridad de sí mismo, sin la cual toda acción es errática, vana y estéril. Hasta cuando aparece un fantasma, lo primero que debe preguntársele es: “De parte de Dios Todopoderoso, diga quién es y qué quiere“. Preguntémonos eso a nosotros mismos cada día.
Los tratados acerca del estilo, o de los estilos, como todos los tratados de teoría literaria, van quedando siempre atrás. En el proceso de renovación de las bibliotecas particulares desaparecen y van a parar a las librerías de viejo, de donde los rescatan jóvenes buceadores que los ponen nuevamente en vigencia y por eso es por lo que el estilo de los jóvenes aparece tan anticuado. Por eso y porque los jóvenes son naturalmente zagueros. Se llaman a sí mismos vanguardia, para hacerse la ilusión de que van al frente, pero los que van al frente son siempre los antiguos griegos, y todos los demás formamos modestamente el grueso del ejército.
–“Maestro, ¿quisiera usted darnos un poema para el próximo número de nuestra revista?”–. Y todas las revistas de vanguardia presentan en sus primeras páginas los poemas de los viejos maestros. Por eso dicen los brasileños que a un poeta de setenta años no le queda más camino que echar por el atajo de las vanguardias.
Todos los escritores escriben alguna vez acerca del estilo, a fin de justificar el suyo propio, y todos los vanguardistas al fin llegan a ser clásicos, que era lo que esperaban desde siempre. Todo experimentalismo es transitorio. Sólo la claridad garantiza permanencia.