LOS PRÓLOGOS

Si a un libro de poemas, por lo general, le sobran todos los poemas, ¡cuánto más le sobra el prólogo!

El que busca prólogo busca recomendación, y el que busca recomendación es porque no vale por sí mismo. El buen libro de poemas, del cual su autor está completamente seguro, no requiere prólogo.

No debe el autor de un libro preocuparse de prólogos. Esa es labor del editor en posteriores ediciones. Un ensayo preliminar luce muy bien en las obras completas y en las antologías, pero el prólogo en el primer libro es una muleta. El autor que empieza con muletas indica dos cosas: o que nació baldado, o que busca valimiento. Lo segundo peor que lo primero.

Hay libros que sólo valen por el prólogo, el cual se hace constar en la carátula. Los hay también cuyo mérito está en la calidad de la edición. Por eso dicen que no hay libro tan malo en el que no se encuentre algo bueno. Preferible un librito modesto, que no contenga el elogio de sí mismo, de cuyo texto no queramos desprendernos. Ese es el que hay que escribir y publicar, y dejarles los prólogos a los lagartos.

Peores aún que los que piden prólogos son aquellos que los ofrecen, porque esos quieren ir a caballo en la obra ajena. Y también hay el conocido negocio de los prólogos, ese intercambio de favores que desvirtúa la objetividad de la crítica, empaña las amistades y ensucia la vida de todos. Pletórica de falsas reputaciones, la literatura colombiana es un flagrante engaño, una estafa hábilmente promovida, porque la ignorancia del pueblo es lucrativa. Los que creen en la lista de “los más vendidos” no saben cómo se hace esa lista. Una lista de “los más leídos” tampoco sería un índice confiable. El buen lector elige por sí mismo. Rechaza la propaganda.

El único prólogo que el libro de poemas resiste es el que escribe el mismo autor, a manera de presentación, y cualquier otro texto estaría mejor como epílogo, porque la conclusión pertenece a todos, y sólo el autor anuncia su obra.

Si un prólogo resulta más extenso que el libro, deben invertirse las partes y poner el libro como prólogo del prólogo, y así sucesivamente.

No se ha dicho cuántas palabras debe contener un prólogo, pero en todo caso, menos de las que se escriban. La otra vez leí un prólogo tan largo que después no tuve ánimo bastante para leer el libro. Se lo comenté al autor del prólogo y me dijo que no importaba. Todos los libros debieran tener al comienzo unas páginas en blanco para que sean los lectores quienes escriban los prólogos y los epílogos. Sería una manera de formar lectores activos y participantes, en los que el texto cause reacciones vitales.

Nadie puede hacer mejor un prólogo que el propio autor, puesto que es el único que entiende el libro. Los demás hacen aproximaciones. Si el libro es de poesía, con mayor razón.

Excelente advertencia la que puso Aloysius Bertrand a su “Gaspar de la noche”: “He aquí mi libro, tal como lo escribí y tal como debe leerse, antes de que los críticos lo oscurezcan con sus interpretaciones”.

En una ocasión envié a una revista especializada un pequeño texto en el que hablaba divinamente contra la crítica. Aunque el texto me había sido encargado, en su lugar apareció un “Elogio de la crítica”, destinado a darme una lección, porque estar en buenos términos con los críticos es parte de la estrategia para formar y mantener las reputaciones literarias.

Pese a todo, los prólogos suelen contener algo bueno y muy divertido: el lector se da cuenta enseguida de la reluctancia del prologuista, forzado a demostrar su buena índole, y del ingenio que ha tenido que derrochar para decir mentiras y despropósitos de modo que pasen desapercibidos para el solicitante del prólogo, pero resplandezcan ante el lector. Y de ese modo la redacción de prólogos pedidos se convierte en un verdadero arte, lleno de ingenio y malicia, que frecuentemente resulta ser la mejor parte del libro.

NOTAS

  1. Ser escritor es una especie de deformación congénita que explica muy bien la barbaridad social de que tantos hombres y mujeres se hayan suicidado de hambre por hacer algo que, al fin y al cabo, y hablando completamente en serio, no sirve para nada. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
  2. En una generación determinada podrá pensarse que la misión del poeta es esta o aquella, pero al cabo de una porción de generaciones y hasta siglos, ya eso no importa. La cuestión es si, después de haber transcurrido tanto tiempo, la gente es capaz de leer algunos de sus poemas y sentirse encantada con ellos. MARK Van DOREN
  3. Ser poeta es un modo de relacionarse con el universo. EDUARDO ESCOBAR
  4. Hay dos clases de poetas: los unos y los otros. Ambos inmamables. LUIZ ANTONIO ASSIS BRASIL
  5. Los verdaderos poetas se reconocen por su fuerza. MAURO GAMA (Brasil)
  6. El poeta tratará su propio arte con la punta del pie, como un buen futbolista. JOSÉ ORTEGA Y GASSET
  7. No somos ciegos. De modo que la ridiculez de escribir nos salta a la vista; pero no somos amargos, de modo que no permanecemos en silencio. JEAN COCTEAU
  8. El material con que el escultor realiza su obra es siempre su enemigo. THOMAS MANN
  9. Lo que el público te reprocha, cultívalo: eres tú. JEAN COCTEAU
  10. Habrá siempre un abismo entre el artista creador y su público. HENRY MILLER