Cuando en un libro todos los poemas están dedicados, eso no significa que el autor conserva muchas admiraciones, sino que tenía muchas deudas en el momento de editar su libro, o que intenta pasar muchos vales, para cobrarlos después.
En un principio se ponían los libros bajo la protección de un príncipe, en dedicatorias zalameras e interesadas. Ahora los autores gozan de más autonomía y pueden darse el lujo de ser modestos, dedicando sus obras a su familia y a sus amigos.
Inspirado en las antiguas dedicatorias, Borges empleó un formulismo original, expresivo, elegante. Supo ofrecer con estilo y caballerosidad un regalo imperecedero que honraba a su destinatario, como debe ser.
Los que ofrecen cualquier cosa, por cualquier motivo, o no aprecian bastante a quien se dirigen para poner en sus manos tal ofrecimiento, o sobreestiman el valor de la ofrenda, o son muy pobres de ingenio para dar algo de mérito.
Las dedicatorias deben ponerse al principio de la obra, porque cuando se ponen al final resultan en menosprecio de la persona a quien van dirigidas. La dedicatoria colocada al final no es una originalidad, sino una grosería.
Si la dedicatoria se formula con encomio, éste debe ser sincero y sobrio, en tratándose de personas vivas. A los muertos se les puede elogiar descaradamente, porque ya no se sonrojan.
El poeta Eduardo Escobar dedicó un libro “Para Noia”, y durante un cierto tiempo estuve preguntándome quién sería esa Noia de quien nunca le había oído hablar. Eduardo conoce a tanta gente, pensaba yo...
Tuve una colección de dedicatorias raras y curiosas. Revisándola pasé tardes divertidas, hasta que di con una que decía: "A mí mismo". Era de Walt Whitman.
Hay otra clase de dedicatorias: son las que se escriben para obsequiar el ejemplar de un libro. Suelen tener los libros una hoja en blanco para ese propósito, pero como tal hoja con frecuencia es arrancada a fin de disponer del respectivo ejemplar, algunos autores prefieren autografiar la portadilla, o la falsa portada, o también la primera página, según la importancia del asunto.
Gonzalo Arango fue un mago de las dedicatorias, las cuales daban un valor adicional a sus libros. Nunca supe si obedecían a una paciente elaboración previa, pero todo parece indicar que las improvisaba en el momento.
Esta clase de dedicatoria no es fácil. Es más fácil escribir el libro. Si no se tiene gran ingenio, es preferible la sobriedad al intento trascendentalista de querer dejar para la posteridad frases célebres que a la postre sólo resultan ridículas.
Téngase en cuenta que la dedicatoria de un libro debe estar dirigida solamente a la persona a quien se obsequia, y en ningún caso a los probables y futuros lectores del libro.