Hay quiénes escriben compulsiva y erráticamente, sin propósito definido, y aun éstos tienen cabida en alguna de las muchas teorías literarias que atosigan el presente siglo. Para no llamar a ese método literatura ociosa se le llama experimentalismo, y así adquiere cierto aspecto útil.
Hay también una literatura esteticista en que la forma es el contenido. Resalta la belleza de una lengua y la habilidad del escritor y responde por lo general a épocas de decadencia. Es el “arte puro”, por el que empiezan los aficionados y terminan los maestros.
Y hay el propósito en arte, que define los motivos del escritor, bien sea para cada obra en particular, o para la obra de una vida.
El propósito literario nace de la personalidad del escritor. El escritor serio y formado humanísticamente tiene propósitos serios y vocación permanente. El comerciante de la literatura es de actualidad y se dirige al público frívolo y esnob, cercano del periodismo y la farándula. Su producto es publicitario y perecedero, como las salchichas y las verduras del mercado.
Desde luego, cada quién adopta su posición frente a la literatura y la sociedad, de acuerdo con sus capacidades y sus propósitos. Dicen que no tener propósito es también un propósito, según lo cual no tener capacidad es tener la capacidad de no tener capacidad. Capacidad es talento y aptitud. Los escritores sin talento pueden tener sin embargo aptitud para triunfar en la mediocridad general. Esa mediocridad también necesita sus escritores y artistas, y los paga de contado, ya que nadie se fía.
El propósito de todo escritor que empieza es el de ser un gran escritor. “Pobre Cervantes, pobre Shakespeare –dice el escritor que comienza– ¡ahora les voy a dar una lección!” Aparte de ese propósito no tiene ningún otro, y por lo tanto se queda sin alternativa.
El propósito literario depende también del carácter y de las ambiciones del autor, así como de eso que se denomina “coyuntura” histórica, que a la vez depende de las coyunturas sociales, económicas, de tiempo y de lugar, de modo que todo son coyunturas y la literatura resulta así eminentemente coyuntural, aunque las coyunturas del autor propiamente dicho se encuentren un poco atrofiadas por el ejercicio literario.
Según una teoría, es el pueblo el que produce la obra, y el escritor resulta un mero amanuense, de modo que no necesitaba tener propósito alguno, sino simplemente escuchar. Entendiéndolo así, Descartes fue a la plaza del mercado y allí le dictaron el "Discurso del Método".
El escritor que desde un país subdesarrollado escribe para los países desarrollados es un escritor subdesarrollado. El escritor nativo de un país subdesarrollado, que se va a desarrollar a otro país, si no regresa quiere decir que se desarrolló, y si regresa, lo más seguro es que viene deportado. Si no viene deportado viene inflado, el país le resulta estrecho, y qué pena nos da ser tan poca cosa para él, cómo quisiéramos que Bogotá fuera París. Pero aparte de la lluvia, no hay en Bogotá ninguna otra cosa que se parezca a París.
Si los países ricos forman escritores porque necesitan escritores, cuánto más se necesitan en un país pobre. Trabajo para escritores hay de sobra. Siempre que no empiece cada uno por creerse García Márquez.
Trabajar por su país sería un buen propósito para cualquier escritor, pero casi nadie lo hace, porque todos están interesados solamente en sí mismos, en recabar aplausos para su persona, admiración para su obra, dinero para su bolsillo y reconocimientos para su futura eternidad.
La pretensión universalista dice que no importa el país, sin reparar en que no es posible sustraerse a una nacionalidad, y que en cualquiera otra parte se será siempre extranjero.
Colombia necesita hoy más que nunca escritores que contribuyan a la consolidación de la nacionalidad amenazada, a integrar las regiones, a la preservación de la paz, a identificar soluciones y puntos de compromiso. Que ayuden a pensar, a formular una filosofía nacional, a reconstruir el concepto de patria. Colombia debiera ser el propósito de los escritores, según el ejemplo recibido de nuestros pocos pero admirables maestros.
Hay quiénes sostienen que al escritor no le corresponde ser útil, sólo porque ellos no lo pueden ser. Dentro de algún tiempo, futuros poetas podrán dedicarse tranquilamente al ajedrez de una poesía lujosa y superflua, pero eso dependerá de nosotros, de lo que hagamos o dejemos de hacer ahora.