Hay, desde luego, mucha gente interesada en que los poetas no piensen, o no manifiesten su pensamiento. Y se forman escuelas en uno u otro sentido.
De pronto leemos que los poetas no deben pensar, sino dar en qué pensar. Y mucha gente se convence de eso. Porque a esa gente le gustan los poetas castrados.
La idea de la poesía pura viene de la élite burguesa y apunta a despojar a los poetas de su capacidad crítica. La poesía sin contenido es pompa de jabón. Sólo los que tienen miedo de una poesía contundente albergan motivos para desear una poesía blanda y fofa.
Para desacreditar a la poesía que piensa se dice que es de cartel. Para acreditar a un torero se dice que es un torero de cartel. Los poetas no deben dejarse confundir por la gente interesada en confundirlos. Ciertos rótulos consiguen ser eficaces publicitariamente, pero sólo un tonto se deja engañar por los trucos publicitarios.
Aquellos que quieren callar a los poetas empiezan por ponerles límites y condiciones. Vuelven a decir que la poesía no se ocupe de esto o de aquello, porque no es de buen tono. Pero si los poetas han luchado para conquistar la libertad de escribir, ¿por qué claudicar ahora, ante las restricciones de origen político que intentan librarse de la incómoda lucidez de la poesía?
Si el término “poesía de cartel” se aplica despectivamente, hagamos muchos carteles con los poemas y démosle al cartel un significado digno e importante, como lo tiene en otros países. No nos dejemos asustar por los que creen que somos asustadizos. Hagamos poesía de cartel y de pancarta, con letras muy grandes y vigorosas. Y que se queden ellos con sus pequeños poemitas de patas de mosca.
Hay trampas por todas partes. Ojo. No las pisemos. La poesía es soberana. Que los poetas no acepten consejos, ni advertencias ni amenazas. La libertad es absolutamente esencial para la poesía. Ni negocia ni se transa.
El dadaísmo, el automatismo y decenas de ismos que en un momento dado se asomaron a la poesía no tenían otro propósito que el de exploración y enriquecimiento. Nunca pretendieron constituirse en límites y camisas de fuerza.
Los hombres de Estado dicen que no se necesita que la gente piense, sino que trabaje, y que ellos se encargan de pensar por todos (y sobre todo por ellos mismos).
Los que le niegan a la poesía el derecho a pensar se lo están negando por extensión a todos los escritores, es decir, están denegando en general el derecho a pensar. Para aceptar eso hay que ser, o muy ingenuo, o muy ladino.