Existen cuatro posturas:
La primera sostiene que sólo se debe leer literalmente, sin agregar interpretaciones de ninguna especie, las cuales se consideran pretenciosas, abusivas y fuera de lugar.
La segunda sostiene que todo texto es de libre interpretación y que el autor no ha querido decir nada en particular al escribirlo, sino que acepta de antemano todas las interpretaciones posibles.
La tercera asegura que el buen lector debe procurar encontrar el significado que el autor se propuso dar a su texto y que en eso precisamente consiste el arte de leer.
La cuarta dice simplemente que hay distintas clases de textos y que a cada uno debe darse la lectura que le corresponde.
Cuando García Márquez, en una página muy conocida, afirma que el texto literario se debe tomar al pie de la letra, sólo está proponiendo un acto de fe en la poesía. No entienden nada quienes esgrimen esa página en contra de las demás formas de lectura. Si la interpretación ha de ser ligera y arbitraria, en ese caso es preferible que el lector se abstenga de interpretar, es decir, de entender. La manía de dar a todo interpretaciones políticas desconoce deliberadamente las restantes realidades de la vida.
Hecha esta aclaración, cada quién pensará lo que quiera y leerá como quiera. Pero el mejor lector tiene más posibilidades de llegar a ser mejor escritor.
El aspirante a escritor empieza leyendo para despertar su curiosidad intelectual y afinar su sentido de observación, ya que los autores comienzan a mostrarle el mundo como nunca antes él lo había visto. Al principio hay que leer de todo a fin de determinar preferencias y buscar orientaciones. También es necesario discutir con el autor lo que se lee y reflexionar acerca de cada párrafo. En la primera etapa de lecturas se aprende a conocer los libros, a aficionarse por ellos, a leer en profundidad, y se empieza a formar una biblioteca. Todos los animales tenemos una sustancia que sirve para la orientación, para encontrar agua y para descubrir minerales. Me gusta considerar al libro como una mina de ideas y decir que hay un sentido que nos conduce a él con certeza, a su debido tiempo. Ese mismo instinto nos hace rechazar los libros inútiles, aquellos sobre los cuales nos previene nuestra intuición. Pero cuando encontramos un libro verdaderamente revelador es como si nos hubiésemos encontrado con un ángel de Dios.