Si se quisiera atender a todas las recomendaciones que los poetas hacen sobre poesía, nos encontraríamos en un dilema a causa de lo contradictorias e interesadas que resultan tales recomendaciones, las cuales no siempre se formulan con recta intención, y muchas veces son mera trampa para el incauto en busca de buen consejo.
Carlos Drummond de Andrade advierte enfáticamente: “No recompongas / tu sepultada y melancólica infancia”, dando por descontado que la infancia de todos los poetas ha debido ser profundamente melancólica, lo cual no tiene por qué ser cierto en modo alguno, como tampoco es cierto que la infancia se encuentre sepultada en los poetas. Por el contrario, se sabe que los poetas nunca olvidan su infancia y que ese recuerdo siempre presente es esencial en ellos, muchos de los cuales han dejado en prosa y en verso páginas memorables con los recuerdos de su niñez y juventud.
El poema de Drummond de Andrade se constituye en una curiosidad literaria porque, a pesar de ser un poema importante, incurre sin embargo en la vieja manía de las prohibiciones: no hagas esto ni aquello ni lo de más allá: “No cantes a tu ciudad; déjala en paz”, pero Recife –por ejemplo– sería menos Recife sin los poemas que le han dedicado sus poetas; “tus esqueletos de familia / son algo inservible”, pero a él le sirvieron a la maravilla para su inolvidable poema ”Retrato de familia”, y así sucesivamente.
En cuanto a la infancia, Mario Benedetti, quien la aprovecha en muchos poemas, se burla de que Marcel Proust evoque la suya, por considerarla burguesa, olvidando que lo importante de la infancia no es el dónde, sino el cómo y el quién, y que el mismo derecho asiste a todos los escritores por igual para la escogencia y el tratamiento de sus temas. Pero Mario Benedetti también incurre en las prohibiciones, tan caras a los amantes de la libertad: “Ustedes no escriban más; ahora sólo podemos escribir nosotros”, olvidando que en la extensión del tiempo el ahora y el nosotros no significan nada: siempre es ahora, siempre somos nosotros.
Lo cierto es que infancia y juventud constituyen uno de los temas más importantes de la literatura, en cabañas o mansiones, en campos o ciudades, y que siempre es atractivo para el escritor y el artista recrear inteligentemente la época de la cual proviene su inspiración. Por eso el escritor que comienza puede encontrar en su memoria un venero para el ejercicio literario, del cual puede salir obra sólida y perdurable, según el manejo y la intención. Naturalmente, esos trabajos no tienen que ofrecer un apego estricto a la historicidad: en ellos cabe todo un mundo, y serán más valiosos en la medida en que se enriquezcan con aquellos elementos que embellecen y dan importancia a la página escrita.