Todos los poderes que dominan sobre la sociedad actual (económicos, políticos, religiosos) se imponen sobre adeptos incondicionales y por lo tanto son enemigos de la libertad individual y en especial de la libertad de expresión: “El hombre que piensa es nuestro enemigo”, sentencian por igual.
La libertad individual implica el derecho a disentir, a revaluar, a explorar y proponer alternativas y a comunicar el pensamiento sin cortapisas y sin riesgos. En Colombia, desde hace ya muchos años, exponer las ideas no atrae a un contradictor dialéctico, sino a un sicario. Un país en el que se prohíbe pensar es un país de esclavos. Y eso es lo que se pretende hacer de Colombia. Ya aparecen los graffiti que dicen: “Patria: te odio”. Mala seña.
Observaba don Antonio Nariño “la tendencia que se nota a la servidumbre, como fruto de nuestros antiguos hábitos”. Esa tendencia sigue viva en los colombianos, trabajando siempre para algún fulano, o comprometidos en causas ajenas como “idiotas útiles”. También lo dijo Fernando González: “Colombia es país tímido, humanidad apaleada. Tienen miedo”.
Los análisis actuales no desmienten los conceptos anteriores. A todas las esclavitudes modernas (credos, costumbres, dictados, tecnologías), se les da el nombre de “libertad”, y de ese modo se acepta la despersonalización.
El escritor asume de hecho una responsabilidad como guía y maestro en la comunidad, y aquellos escritores que no la asumen son llamados “malditos”, o sea desorientadores y réprobos. Cuando se es joven se admira con curiosidad a dichos escritores por su aparente rebeldía (rebeldía que en el fondo no es más que derrotismo), pero no se quiere ser uno de ellos porque la desgracia no es un atractivo para quienes apenas están orientando su vida. En célebre reportaje anota Margarita Yourcenar: “El joven que rechaza, y que se cree libre de hacerlo, pasa toda su vida intentando conseguir la libertad que creía poseer a los veinte años”.
Ser escritor es cosa seria, y es difícil. No basta con aprender a redactar y adquirir un estilo. Es necesario tener algo interesante qué decir. Y una vez que se haya dicho hay que esconderse o exiliarse, porque con toda seguridad lo perseguirán para matarlo: desde la izquierda, desde la derecha y desde el centro (que es el lugar de donde se dispara a izquierda y derecha). Si piden un ejemplo, piensen en García Márquez. Con todo y ser García Márquez está claro que no lo admiten en su país. Si piden otro ejemplo, recuerden a Vargas Vila. Los escritores colombianos errantes por causa de su independencia y personalidad han sido numerosos y han sido también los mejores.
Casi todo el mundo puede vivir bajo el disimulo de una libertad aparente, mas para el verdadero escritor la libertad es tan esencial como el aire que respira y toda restricción le resulta asfixiante. El argumento de que si se quieren grandes obras hay que empezar por meter a los escritores en la cárcel (porque Cervantes escribió en una mazmorra) es tan falaz como aquel de que hay que hacer sufrir a los autores dramáticos, porque cuanto más sufren tanto mejor trabajan.
Pese a todo, el escritor –el verdadero escritor– necesita defender su autonomía y libertad, todas sus libertades contra todas las formas de tiranía. En esa defensa pierde su tiempo y su esfuerzo y su vida, y aplaza su obra, y sin embargo no hay mejor empleo de la inteligencia que el de preservar para el artista creador las libertades sin las cuales ninguna obra de excepción es posible. Existen, es cierto, los escritores de alquiler, que más que escritores son mulas. Pero esa es otra profesión. “Allá ellos, allá ellos, allá ellos...”