Aspiración de todo poeta es su primer libro de poemas. El libro se compone de dos partes distintas: el texto en sí y la presentación editorial. La mala presentación inutiliza un buen texto, lo que siempre es lamentable. El texto pobre, bien impreso y encuadernado, parece un mono con traje, y también es lamentable. El libro ideal: bien escrito, interesante, gráficamente bien elaborado.
Hablemos del contenido del libro: se trata ahora (en Colombia) de imponer un absurdo concepto de “unidad temática” en el libro de poemas. Capricho injustificado, sin sentido. Cada poema constituye una unidad en sí y no tiene por qué relacionarse necesariamente con otros poemas. Abramos los libros de Silva, de Valencia, de Barba–Jacob, de León de Greiff: ¿Unidad temática? Quienes ahora exigen eso, no conocen la poesía. Esa exigencia no se puede atender. Si se atendiera, se convertiría la poesía en algo así como ensayos en verso, tratados de cosas, redacción profesional sobre temas forzados. Los poetas han preservado su libertad creativa. Quienes intentan imponer normas pueden estar seguros de que no serán escuchados, así las conviertan en cláusula de concursos.
Lo que sí tiene que tener cada poema del libro es “control de calidad”, de acuerdo solamente con los propósitos del autor. Si no fuera así, se cerraría toda oportunidad a lo nuevo. Los que niegan esa oportunidad, argumentan que no hay nada nuevo: que el día que nace es el mismo día de siempre, demasiado conocido. Ese “control de calidad” debe estar a cargo únicamente del ingenio de cada autor, y nada más. Por eso se llama autocrítica. Si no acierta, recibirá la indiferencia general. Algunos autores consultan sus originales previamente, a fin de recibir opiniones y confrontar con ellas su apreciación personal. En la toma de la última decisión se prueba la seguridad del autor.
Cuando alguien se queja de que al seleccionar poemas suyos no fueron escogidos los mejores, la culpa es sólo de él, pues reconoce que no todo lo que ha publicado es de pareja calidad.
Hablemos de la edición: caso frecuente es que los poetas, al editar sus libros, se dan el gusto de dirigir la edición sin poseer los conocimientos técnicos requeridos, y luego culpan al impresor por la mala calidad del libro. Ese es un vicio nacional. Todo el mundo quiere hacer lo que no sabe, y después busca cómo trasladar a otro la culpa por sus errores.
El que desea editar un libro, sin experiencia previa, debe buscar asesoría, ya que los costos de edición son altos y los riesgos ruinosos.
En poesía no deben usarse tipos pequeños (menores de diez puntos) a no ser que se quiera evitar el fotocopiado, y los interlineados deben ser amplios, separando bien las estrofas o partes del poema. Si se dispone de un diseñador gráfico, deben examinarse los diagramas y las pruebas. En cuanto a la carátula, es indispensable pedir bocetos, revisar artes finales y, por último, ver pruebas y controlar la impresión.
Toda precaución es poca cuando se trata de imprimir un libro, porque las ocasiones de que pueda malograrse son numerosas y se presentan a cada paso.
Impresor y editor no siempre son lo mismo. Impresión es una técnica y un arte. Edición tiene dos acepciones. Editor es el que corre con el riesgo económico. El riesgo del autor no es menos amenazante.