Conozco muy poco acerca de los ricos, y eso que conozco no me autoriza a confiar en ellos, pero es indudable que hay unos menos malos que otros.
En cada grupo de taller no ha faltado quién ponga en discusión el tema de cuánto dinero puede tener un poeta. Y el ponente, invariablemente, empieza dando por sentado que los poetas no deben manejar dinero.
Es, desde luego, un debate que no prospera mucho, pero el hecho de que se repita quiere decir que persiste la inquietud. Teóricamente, la calidad del texto literario no tiene nada qué ver con los activos del escritor. Porque los activos del escritor están en su cabeza, no en el Banco. Pero si la pobreza suele inspirar textos melancólicos, es de suponer que un poeta sin angustias económicas nos muestre el lado bello de la vida. Debe tenerlo.
Quienes proponen la pobreza exponen sus argumentos. Argumentos falsos, indudablemente, mas no carentes de imaginación y expuestos con una vehemencia que no sé si calificar de política o religiosa. Lo malo del razonamiento está en que se les reprocha a unos tener dinero y a otros no, parcialidad que invalida la argumentación.
Si pedimos que los escritores sean pobres, el arte literario entraría en bancarrota.
La consideración de este asunto no valdría la pena si no fuera porque se plantea públicamente de un modo malévolo. El poeta es pobre: se le acusa de perezoso e incapaz; trabaja y mejora su situación: se le acusa de trabajar y mejorar su situación. Eso no es serio.
Otros, muchos, pretenden que hay empleos, perfectamente legítimos, que los poetas no deben aceptar, tales como trabajar en publicidad. En cuanto a mí, puedo decir que la redacción publicitaria fue mi mejor escuela de poesía, porque en ella se aprende concisión, claridad, expresividad, alegría, proporción y todas las demás cualidades que hacen que un texto pueda ser EFICAZ.
Asuntos tan insignificantes como éste, estorban muchas veces la vida de la nación en diferentes áreas. No hacer ni dejar hacer se ha convertido en nueva divisa de los colombianos.
Una cosa se concluye, sin embargo: sólo el escritor genial puede darse el lujo de pasar hambre por realizar su obra. Pero no vale la pena vivir en la necesidad por escribir textos mediocres, que cualquiera otro podría componer sin angustia.