No ha existido nunca otra literatura que la urbana. La literatura es urbana por definición.
De algo que pueda considerarse como literatura oímos hablar por primera vez en la Edad del Bronce, y no hay que olvidar que la escritura no se inventó para escribir, sino simplemente para satisfacer las demandas prácticas de los negocios y de la religión. En modo alguno como medio para la literatura, salvo en China.
La biblioteca más antigua que ha llegado hasta nosotros, la de Asurbanipal en Nínive, estaba compuesta de tabletas, las cuales se alineaban en estantes, exactamente igual a nuestras colecciones de libros y vídeos. Como estaban escritas en cuneiforme, mostraban cierto parecido con una cinta grabada vista al microscopio. Muchas de aquellas tabletas tenían ya en aquel tiempo hasta dos mil años de antigüedad.
El texto más remoto que se conoce corresponde a un personaje familiar: el antediluviano Lamec, hijo de Matusalén y padre de Uta-Napishtim, el famoso Noé de la Biblia. Lamec es el primer poeta de que se tenga noticia. Existe un fragmento de un poema suyo, sumamente interesante por su antigüedad, por su autenticidad y por su declaración:
Escuchad mi voz, vosotras, mujeres de Lamec,
escuchad mis palabras;
porque he matado a un hombre por mi herida,
a un joven por mi daño.
Las villas mesopotámicas eran muy distintas del concepto egipcio para una capital, pero aún así no fue sino hasta que un grupo humano se hubo reunido en conglomerado, con características urbanas, cuando se inició lo que pasado cierto tiempo podría considerarse como literatura de ese pueblo.
Los primeros poemas verdaderamente importantes, en Babilonia y en Egipto, son poemas al dios Sol y al río Nilo, en cuyas aguas el sol se refleja, como una barca de oro.
Pero la literatura que se inicia en las nuevas ciudades no trata el tema de la ciudad, sino el tema de los campos. Los hombres permanecen ligados a la Naturaleza y a los primeros dioses naturales, de ellos dependen en el abrigo de sus recientes muros, y la ciudad misma no comienza a aparecer en la literatura hasta mucho tiempo después, cuando la vida ha alcanzado cierto grado de sofisticación y los poetas han perdido contacto con el campo. Porque los poetas han sido con demasiada frecuencia palaciegos y oportunistas.
En la Profecía de Nefertiti, el Faraón hace llamar a alguien, “que me diga algunas bellas palabras, escuchando las cuales mi majestad pueda solazarse”. Y allí estaba el poeta al pie del trono, con el sistro en la mano.
Aparte de eso, los primeros poemas antiguos que se conocen con relación a la ciudad son aquellos de Sumer y de Ur que lamentan su destrucción. Y probablemente los últimos serán también de esa misma clase.
La historia de unos pueblos que desplazan a otros, esa es la historia universal. En esa lucha los poetas han resultado gananciosos, pues sus versos es lo único que recoge la historia cuando todo lo demás ha sido estallado. Es de presumir, por lo tanto, que en el valle de Josafat, aquél día, Dios ponga punto final a sus caprichos creativos con un gran recital de poesía. Y el Sol se ocultará por última vez con las palabras finales del coro de los poetas.
En la mezcla de esplendor cortesano, obscenidad y magia que encantó a Bagdad por la época de las Mil y una noches, tenemos ya las características principales de la literatura urbana, en la cual se demora la reminiscencia de los campos hasta nuestros días. A pesar de la tecnificación, la nostalgia del campo sigue apareciendo en la poesía norteamericana en una forma que denota sentimientos humanos ancestrales muy arraigados. “¿Qué haces?”, –pregunta Dios a uno de estos jóvenes poetas norteamericanos, y escucha divertido la respuesta: –“Señor, llueve. ¿Qué puedo hacer?”. Es ésta, evidentemente, la respuesta de un campesino.
Se particulariza una literatura como urbana cuando trata los temas de la ciudad por contraposición a los del campo, pero se olvida: primero, que los temas campesinos en la literatura son tratados siempre desde la ciudad. No ha existido nunca una literatura de procedencia rural; y segundo: que la gente de la ciudad, no solamente vino del campo, sino que todavía no ha terminado de llegar.
La expresión literatura urbana no tiene sentido, por cuanto no hay otra literatura a la cual oponerla. En gracia de discusión, como dicen con tanta gracia los que discuten, se aplica la denominación, hablando localmente, a esa literatura –incluida la poesía– que se ocupa de decirnos qué es lo que les ocurre en las ciudades a personas que por lo general proceden del campo o, en todo caso, que tienen inocultables orígenes campesinos. Digo “incluida la poesía”, porque la poesía no es literatura. La prueba está en que pudo ser hecha y conservada cuando no existía la escritura, y que pudo nacer en toda clase de sociedades, sin excepción, en una época anterior a la historia, o sea en los tiempos míticos. La literatura, en cambio, hemos visto que tiene origen en la ciudad.
Esa que llamamos literatura urbana nace con la antigua comedia griega, de la que son figuras típicas el parásito, el soldado fanfarrón, el esclavo intrigante, el rufián y prácticamente todos los personajes de la vida de la ciudad.
En Roma, esta clase de literatura nace con la sátira, unos doscientos años antes de Cristo, y si al mencionar la comedia griega omitimos injustamente el nombre de Aristófanes no podemos, con respecto a la sátira romana, omitir el de Lucilio.
Dejamos así en claro que la literatura urbana no es invento colombiano, como se viene afirmando desde hace ya bastantes años y como parecen creerlo para sí algunos poetas, sino que había florecido exuberantemente hace de ello veinticinco largos siglos.
Dar expresión al espíritu de su pueblo, con la mayor profundidad posible, ése ha sido siempre el reto para el artista y el poeta. Me han dicho ya que es imposible el intento de reflejar el espíritu de un pueblo carente de unidad, pero, precisamente, en la variedad está la unidad. Cuando en un pueblo la uniformidad es total, la búsqueda de las diferencias se desplaza al campo introspectivo. Por eso la poesía introspectiva surgió por primera vez entre los antiguos egipcios, cuya variedad de procedencia había sido avasallada por el rígido esquema del Estado faraónico, que era en casi todos los aspectos exactamente igual al de un país comunista.
Honduras, país que carece de literatura, es un ejemplo cercano que nos muestra de manera dramática cómo la literatura es el único depósito del alma de un pueblo. Finlandia, a partir del socialismo, es un país en el aire porque le quitaron su pasado, costumbres, folclor y literatura, y se quedó sin nada de qué agarrarse.
En esos momentos en que la fe vacila, en que todo vacila alrededor o dentro de nosotros, una página escrita puede ser otro punto de partida. Aunque sea para nada, debemos procurar nuestro brillo, sumándonos así a la inutilidad del Universo. Ser cuerpos opacos nos demeritaría hasta la vergüenza del ser, la suprema indignidad de no brillar, de no producir el destello del espíritu. Si el mundo existe para nada, seamos dignos de esa nada por medio de un esfuerzo de trascendencia, no por estar condenado al fracaso menos bello y menos noble, sino precisamente por eso más noble y más bello.
Hay un poema de Rojas Herazo, Responso por la muerte de un burócrata, que quiero destacar como sobresaliente ejemplo de lo urbano en la poesía colombiana. La descripción puede ser parte importante en un poema, pero el poema no puede quedarse en la descripción. Rojas Herazo, a través de una descripción muy sabia y muy poética, penetra hasta más allá de más allá, o sea hasta el centro de la piedra. Aquél burócrata, perseguido por su nómina, conmueve porque refleja en la vida urbana un triste destino para el hombre, ése que quizá somos nosotros mismos, pero esta vez por lo menos no deseamos reconocernos. Sería un golpe demasiado duro.
Entre lo que es y lo que se cree que debiera ser, el poeta naufraga en la duda. Y es porque no ha aprendido a pensar por sí mismo, sino que espera órdenes de Bogotá. No hay que esperar órdenes de nadie. La función del poeta es dar las órdenes.
En la Grecia antigua se escribía en verso para atraer la atención, y ahora se escribe en verso para ahuyentar la atención. El público es el mismo, pero los poetas no son los mismos. La poesía, al apartarse de los temas populares y hacerse introspectiva o truculenta, huyó de su público. De modo que no echemos culpas sobre las gentes. En lugar de eso, volvamos a escribir para el público.
Es curioso que la sociedad sostiene millares de mendigos, pero no está interesada en sostener a unos cuantos poetas. ¿Será porque los mendigos son auténticos y la mayor parte de los poetas son falsos?
Las grandes obras del pasado fueron compuestas colectivamente por pueblos que emplearon cientos de años en dar forma a un libro, y nosotros no permitimos que nadie toque nuestros textos, como si fuéramos a permanecer para siempre abrazados a ellos.
Los escritores de gran turmequé se burlan de los escritores de pipiripao, y los escritores de pipiripao se burlan de los escritores de gran turmequé. Mientras ellos se burlan los unos de los otros, un pueblo sufre y trabaja y se esfuerza por cambiar el mundo donde viven y se insultan los escritores de pipiripao con los escritores de gran turmequé. Pero claro que los escritores de gran turmequé tenemos todo el derecho de insultar a los escritores de pipiripao, porque los escritores de pipiripao no tienen gran turmequé.
Carlos Drummond de Andrade dedica a Manuel Bandeira su poema Política Literaria:
El poeta municipal
discute con el poeta provincial
cuál de ellos es capaz de batir al poeta nacional.
Mientras tanto, el poeta nacional
saca oro de la nariz.
Hace diez mil años que el hombre cultiva la marihuana y la poesía. ¿Se acabará la poesía?