El proceso creador es el mismo en todas las artes. En música como en poesía se distinguen cuatro modos: inspirado, constructivo, tradicionalista y experimental. Desde luego, algo de inspiración tendrá que haber en todos ellos para que sea poesía, porque la poesía es el soplo del misterio. “Si no hay misterio no hay poesía”, escribe Georges Brake.
El proceso constructivo lo emplean poetas muy expertos, en composiciones extensas de carácter épico, sobre temas histórico, científico, social o, en todo caso, para tratar asuntos importantes. Ilustran este proceso obras como el “Canto General” de Neruda, o el “Cántico Cósmico” de Ernesto Cardenal. Los momentos inspirados que aparecen aquí y allá son los que dan a la obra su calidad poética.
El modo tradicionalista es el que utiliza los moldes de la métrica. Como ejemplo basta citar los innumerables sonetos que repiten incansablemente una misma forma con sus variaciones previstas.
La poesía experimental o exploradora se encuentra principalmente en los intentos de las vanguardias por modificar la parte formal de la poesía, ya que su esencia es inmodificable.
Por último, la poesía inspirada es el milagro, totalmente imprevisible e inexplicable. El poeta inspirado no sabe él mismo lo que saldrá, una vez que el espíritu –llamémoslo así– le mueve la mano. La poesía inspirada es la más auténtica y, por supuesto, la más escasa. Como ejemplo de poeta inspirado recordemos a Barba-Jacob. Puede decirse que no escribió página alguna sin el influjo de la inspiración y por eso se le tiene como poeta excelso.
Hay una teoría para negar la inspiración en el arte, como hay teorías para afirmar o negar cualquier cosa. Pero la inspiración es fuego volcánico, impulso irracional, fuerza devastadora que transforma, inventa, encuentra, descubre, crea. Dios sería el mejor ejemplo conocido de inspiración, si no fuera El mismo el Inspirador. Por eso, según George D. Painter, “todo gran escritor negocia directamente con Dios”.
Aaron Copland explica del modo más sencillo lo que pasa con la inspiración: “Si una mañana estoy como para componer, compongo; si no, salgo a dar una vuelta por el campo”. Con sólo leerla, sabemos si una poesía es inspirada o no. Y esto no requiere demostración.
Escribir solamente cuando se está inspirado debiera ser una norma de los poetas. Pero la necesidad de llenar “hojas de vida” causa un alud de basura que amenaza nuestra biblioteca.
Lo más curiosito con respecto a la inspiración es que quienes la niegan, sin embargo la esperan. Son los que más parecen confiar en ella. Como los ateos, que siempre decimos, cuando algún poeta nos obsequia con su libro: “Dios se lo pague”.