Gruesos trozos de muro se deslizaban sin hacer ruido sobre el altar.
La catedral se derrumbaba silenciosamente.
Zapatos húmedos, con arena y hojas secas pegadas a los bordes de la suela,
enfrentados a la penumbra, en la puerta mayor,
hasta donde no llegaba el crepitar de las lámparas,
estaban allí, curiosos y atentos.
Un auto pasó desplegando a los lados el agua que no había alcanzado a rodar a la cuneta.
Usito se puso a mirar las huellas en el embreado,
procurando aspirar la humedad de la calle, y recogiendo en los dedos las gotas que se desprendían de los árboles,
a fin de contrarrestar el polvo que se levantaba de las ruinas y producía asfixia y tos.
En tanto que la autodestrucción del templo continuaba lentamente,
sobre el descubierto del gran boquete que los muros habían dejado al derruirse,
en un volado que era todo cuanto quedaba del corredor circundante de la cúpula,
permanecían en pie dos imágenes a cuyo alrededor la iglesia se derrumbaba,
y miraban el lago de lodo que se había formado en el centro, exactamente debajo del ábside.
De pronto, moviéndose, los dos santos tomaron impulso, se arrojaron en él,
y, con unas cuantas brazadas que lo removían pesadamente, nadaron hasta emerger en la orilla opuesta.
El espeso barro había arrancado sus vestidos y aparecían desnudos,
apenas con un débil velo que se adhería a su blanda palidez.
El Niño que uno de ellos portaba había seguramente muerto en la inmersión,
y colgaba de su brazo como un conejo degollado,
dejando caer gotitas de lodo por la punta de las orejas.
El otro, en su cara de calavera mostraba una colonia de gusanos negros que desbordaba una de sus órbitas,
y no se podía saber si se hallaban empeñados en una demostración o una protesta,
o si se trataba de una actitud de imploración o de amenaza,
o si estaban condenados o abandonados simplemente.
Hasta que, con sus brazos cada vez más desgarrados,
Se fueron poniendo al mismo tiempo más feroces,
y en un lívido momento quisieron acercarse a nosotros.
No dejen de encender una vela, pues tal vez estos santos necesiten de nuestra ayuda.
Los húmedos zapatos de Usito se secan en el barandal, llenos de lodo y de fe.
USITO. Diminutivo amistoso de Amílcar U.