MARCHA DE LOS ESCUÁLIDOS

Dicen los Naassenos
que el alma es difícil de encontrar
y de comprender.

Hipólito de Roma

Vedlos, ahí van,

bajo el antiguo poder hipnotizador del invierno,

tan débiles como los hilos de agua que el viento inclina a contraluz,

apoyados unos en las rodillas de los otros,

salmodiando un antiguo himno de su país,

en donde se habla de un viaje muy largo que todos tenemos que hacer;

pero el papiro fue cortado y el canto se interrumpe a mitad de una palabra,

y se prolonga en un susurro de búsqueda e indecisión,

hasta morir varios pasos más adelante entre las manos desgonzadas,

que con la punta de los dedos van dejando un largo surco de abatimiento.

Yo los contemplo

con la expresión del nieto del rey Lugal-Kisalsi.

Desde mi lugar no puedo reconocer a nadie ni ser reconocido;

yo estoy aquí, tranquilamente instalado,

comiendo el maná que un ángel trae todos los días a mi tienda, disfrazado de lechero.

Ellos pasan al amanecer en busca de su alma y me despiertan con su brumoso salterio,

pero yo sé que nunca encontrarán nada y por eso me río,

porque yo tengo todas las almas guardadas debajo de mi cama

para chuparles la cabeza a media noche.

La querida calavera que me acompaña se ríe en su anaquel,

y me hace una vulgar mueca de asentimiento,

¡oh vosotros, concupiscentes criaturas, escuálidos de perdón y amaneramiento,

buscando lúgubremente un alma, como si no os bastara con condenar vuestro cuerpo!