Ahora nos alejamos de vosotros porque venimos de vosotros,
de vuestra contradictoria casa con piso de tierra y techo de cielo,
donde crecen vuestros crímenes desde la infamia hasta lo sublime,
donde vuestro corazón recibe el oprobio y la alegría de manos desconocidas,
¡Oh prisioneros de las estrellas, vosotros que sois el secreto de Dios!
Dementes,
corroídos por vicios que no figuran en los anales de la psiquiatría,
purulentos,
nauseabundos,
lamiendo el vómito de los perros con nuestra tremenda lengua sanguinolenta,
llamamos a toda clase de bichos para que se ceben en nosotros,
pero ellos, horrorizados, nos niegan su venenosa presencia.
El escarabajo pasa a ochenta metros de distancia, disimulando su asco,
y el cuervo no puede contener la náusea volando a doscientos metros sobre nuestra cabeza.
Hasta los gusanos nos desprecian y se alejan de nuestro lado, arrepentidos y llenos de compasión,
pues nuestro pestilente gemido los mata.
Y yacemos aquí
como un amasijo de lepra
revolcándonos en un estercolero
en espera del fin del mundo
para poder entrar en el Cielo.