VOLAD Y ME VERÉIS

Aquí estoy recolectando cosas:

Desde el primer sollozo que vertí en un cuarto lleno de fantasmas,

y desde el primer verso sentimental bordado en el bastidor de la noche con las embarazosas agujas de la retórica,

hasta la última imprecación lanzada en el más sórdido suburbio,

o la ironía o la sabia mirada del que ya no puede tener límites porque ha sido invadido por el viento.

Desde el primer hombre que amé hasta el último que traicioné,

y desde el primer sorbo helado en la encantada linfa del bosque hasta el más emponzoñado veneno.

Desde la primera carta de amor donde temblaba de inocencia y de ansiedad,

hasta el más peligroso anónimo portador de la amenaza de muerte y el oprobio.

Desde el más tierno color de la acuarela en el espejo del paisaje,

hasta la niebla más espesa donde no puede penetrar ni el agudo hilo de luz del sinsonte.

Desde el muñeco de celuloide lleno de algodón y el caballo de lana revestido con cuero de conejo en las orejas,

hasta el maniquí del ahorcado colgando toda la noche frente a la reja de mi prisión en la Penitenciaría del Araracuara,

y desde el salto de una roca de cien metros sobre un mar profundo y retador,

hasta este tiempo en que estoy aquí recolectando todas estas cosas, como un gusano caído de la rodilla de San Simeón,

construyendo con ellas esta ciudad de estalagmitas donde ni los buitres arriman,

pero donde, sin embargo, no dejan de venir a reflejarse, de noche en noche, las estrellas de Dios

para avisar que no me preocupe, que a nadie le importa.

Entonces yo seguiré aquí juntando cosas

hasta que mi ciudad crezca y se extienda por todo el continente,

y cuando lo haya cubierto todo vosotros me podréis ayudar a trasladarme al otro polo.