–“¿Estáis indicando que suba la Reina en ese auto?” ¡Imposible, señor!”
–Es el mejor que tenemos. Podría Su Majestad ir a pie, si lo prefiere, y admirar nuestro paisaje. Siempre nos ha gustado, salvo vuestra mejor opinión.
–"Reservamos nuestra opinión, de acuerdo con las normas diplomáticas. ¿Por qué no nos avisasteis que en estas lejanas tierras no se conocía siquiera una limosina?"
–Perdonad, señor, pero a nosotros esta tierra no nos parece tan lejana. Le tenemos aquí mismo, debajo de nuestros pies. Podría decir, señor, si me permitís, que nos estáis pisando.
–"El sol calienta la sombrilla de la Reina. ¿No podríais, por favor, resolver este asunto de un modo delicado? Vuestra conducta nos resulta incomprensible. La Reina que os trajimos espera de pie. Disculpad nuestra impaciencia."
–Sería necesario convocar una reunión extraordinaria de las dos cámaras, que son copia, tan fiel como hemos podido, de vuestras instituciones, a fin de que se aprobara, por mayoría, la compra en el exterior de esa limosina que decís.
–"¡Oh cielos! ¡Llueve! ¿Cómo se puede vivir en una tierra en donde llueve aunque estuviese brillando el sol? ¡Llueve encima de la Reina! ¡Por Dios que nos encontramos en un lugar extraño! Haced algo, porque pierdo la paciencia".
–Decid a la Reina que estamos verdaderamente angustiados. A nosotros nos parece refrescante la lluvia. Si Su Majestad se resfría, podremos darle agua de panela caliente con limón.
–"No lo permitiremos. De ningún modo. En todo caso, cae bajo la responsabilidad del médico real. Deberéis hablar con él."
–"¡Achís!"
–"¡Cielos! ¡Llamad a la Armada Británica! ¿Queréis que retiremos a nuestro Embajador? ¿Queréis que os declaremos la guerra? ¿Queréis una invasión lenta, pero persistente y sistemática?"
–No estábamos pensando en nada de eso. Sólo deseábamos ofrecer nuestro clima tropical y nuestra hermosa lluvia soleada en honor de la Reina. Perdonad si violentamos el protocolo. No lo hacíamos con mala intención.
–"No debió la Corte haber aprobado este viaje. Me costará degradación y vergüenza. Caballero: os recuerdo que la Reina espera desde hace diez minutos. ¿Qué pensáis hacer?"
–La Guardia le recitará los veintiún cañonazos. Después podremos preguntarle si desea conocer la catedral de sal.
–"Oh, no, no está permitido. ¿No tendréis, por ventura, un lugar menos sórdido, algún lugar brillante, que rutile, histórico y seguro?"
–No tenemos ninguno, os lo aseguro. ¡Cómo desearíamos tener uno! ¿Aceptaría la Reina nuestra invitación a Monserrate? Es el lugar más alto que tenemos.
–"Espero que no osaréis ofendernos. Nuestra calma trepida. ¿No tenéis acaso alguna isla? A la Reina le encantan las islas. Si tenéis una isla, podríamos declararnos satisfechos."
–Lamentablemente, no tenemos ninguna isla. Habéis de saber que éste es un país sin islas. Desde luego, si contásemos con una, sería un placer ofrecerla al descanso de la Reina. Sentimos mucho no poseer islas. Creédnoslo. Y ahora, rogad a la Reina que utilice el pasamano de seguridad. Está prescrito en las normas.
–"También está prescrito en las nuestras que no deben ser utilizados los pasamanos. Tenemos motivos para ello."
–Entonces, preguntad a la Reina si podemos ofrecerle un refresco. Hemos preparado jugo de guayaba agria con espuma de níspero batido, y una horchata verdaderamente deliciosa. Exótico y refrescante, exquisitamente tropical.
–"Nos ponéis en aprietos, señor. La Reina no está acostumbrada. Presentadle sólo un poco de agua mineral. Es suficiente. Y decidnos, ¿qué personajes son esos que circulan por ahí? ¿Vais a representarnos una obra de teatro? ¿Sobre la Edad Media, acaso?".
–Esos que veis son los pobres. Han venido para mirar de lejos a vuestra Reina. Tenemos muchos pobres. A decir verdad, todo el país es muy pobre.
–"Será que no os esforzáis lo suficiente. También nosotros fuimos pobres e ignorantes al comienzo, pero ahora tenemos a la Reina."
–Nos hemos esforzado, señor. Pero siempre hay alguien que nos roba. Y hemos decidido cruzarnos de brazos hasta que los ladrones comprendan. Preferimos pasar por pobres y no por bobos.
–"Presentáis reacciones muy curiosas y originales. ¿Y no habéis pensado más allá de eso? Aquellos ladrones que decís, podrían desalojaros al comprobar vuestra inutilidad."
–Nos volveremos perros y les morderemos los tobillos. Les rasgaremos las chaquetas. Les ladraremos toda la noche para que no puedan dormir. Y nuestra inventiva de perros encontrará seguramente otras cosas que también podremos hacerles. Si nos matan a todos, podriremos la tierra y el hedor insoportable los derrotará.
–"¡La Reina se despide, señor!"
–Admiramos mucho a la Reina, pero de lejos. Ella y sus príncipes poseen cierto encanto ante los restos de nuestra sangre europea. Pero sus naves de guerra hieren nuestros ancestros americanos y nos encienden de nuevo plumas sobre la frente. No nos intimida vuestro esplendor. Pero no tratéis de aprovecharos de nuestra pobreza. La pobreza es nuestra última arma.
–"El Embajador del Reino Unido dejará una nota de protesta en la bandeja de vuestra Cancillería. ¡Adiós, adiós!"