CARTA DE ACEPTACIÓN

Te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
T. S. ELIOT

Ya todo es sabido, y no tenemos ninguna duda acerca de Esto. Nuestra vida tasada. Vendidos a la tierra por otra salida de sol.

Por lo tanto nada está en discusión, ni se habla ex cáthedra.

Alguien, solamente, que hace un comentario sobre sucesos del camino,

Nada más por referir, para reírnos y deslumbrarnos y pasar la velada.

Somos Sus peones, encargados de traer los cigarros que Él fuma, y no hay necesidad de cerillas, Él prende en una centella.

Estos no son inventos míos. En el cerro de Guadalupe, en Bogotá, existe el monumento a la pipa de Dios,

Y, visto que Él fuma en pipa, fumará también cigarros.

Sacudimos los asientos de Su casa, encendemos los avisos (“Prohibido Fumar”) e iluminamos las vitrinas en donde se exhiben bajo luces todas las cosas eléctricas y confortables que se podrían disfrutar en Su reino,

Si somos correctos y esmerados y nos manejamos bien con el Patrón.

Si creemos que el mundo es divino, por qué pararnos al frente y criticarlo como críticos.

Él no nos ha nombrado críticos de nada, y ni siquiera se ríe de nuestras críticas porque no las entiende.

“¿Qué es lo que dicen ésos, allá abajo?” –pregunta ante nuestro barullo, tanto barullo y algarabía,

Mientras deja ir descuidadamente el humo de su cigarro en el espacio sideral.

Pase lo que pase (que no será nada) lo mejor es aceptar Esto como es y tomando cada cosa por su valor,

Que es siempre lo mismo porque Él no ha hecho todavía, ni está pensando en hacerlo, el cálculo de las devaluaciones.

¿Que cómo sé yo lo que Él piensa, y más aún, lo que no piensa?

¡Cómo no saberlo, si el Viejo habla en voz alta! Habla desde allá arriba, y los ángeles le sostienen los micrófonos y los parlantes y tocan trompetas cada vez que abre la boca para hablar.

Pero es que vosotros estáis ocupadísimos con tanta máquina que mete tanto ruido, y cuando oís el trueno pensáis que sólo es un trueno y seguís escuchando vuestro ruido.

Pero yo escribo esta carta para decirle al mundo natural que lo acepto tal cual es, sin objeciones y sin regateos, y pongo mi firma al final, nítida y legible,

Porque quizá Él está esperando mi respuesta para archivarla,

Y no sé si tendrá una linda secretaria, o será fea pero muy eficiente y conectada a una terminal de computadora.

El mundo natural incluye naturalmente a los hombres todos, con sus contradictorias maneras de pensar y de actuar en consecuencia,

Y si así lo hacen es porque así son, y las plantas y los animales son repetitivos,

Pero el hombre es el encargado de buscar originalidad en la naturaleza,

E impone transformaciones artificiales que son también naturales,

Y por eso las acepto.

Si hay guerra es porque se ha decidido que conviene,

Y lo han decidido quienes tienen que decidir a Su nombre,

Y cuando de pronto hay paz en una región es porque la paz es necesaria allí,

Para que haya guerra en otra parte.

Y de vivir en la aceptación de las cosas como son

Saco una gran armonía y una paz verdadera,

Y no me rebelo, como no deben revelarse mis riñones o mi hígado contra mí.

Esto que digo no tiene nada qué ver con formas de gobierno, o concepciones religiosas,

Pues las formas sociales son cambiantes y por lo tanto carecen de interés para el propósito de este poema,

Y los motivos políticos o religiosos de las guerras son nada más que un pretexto,

Porque los verdaderos motivos son las ganas de matar gente y prenderle fuego al mundo.

Nos repugna pensar en la serpiente como nuestra hermana,

Nada tenemos en común con ella, ese bicho inmundo, nuestra enemiga.

Finalmente, la serpiente muere como vosotros, y ni vosotros ni ella sois esperados en parte alguna después de ese acontecimiento,

Sino que allí mismo os deshacéis en alabanzas y genuflexiones al Señor del hombre y la serpiente,

Que no es ni hombre ni serpiente sino el Señor que fuma cigarro porque ya hizo todo lo que tenía qué hacer y lo hizo bien hecho y descansa eternamente.

Como niños deslumbrados frente a un gran mago, hemos estado mucho tiempo distraídos con sus trucos,

Y en verdad que algunos eran de mal gusto, bastante elementales y burdos, baratieri,

Como eso de lanzar rayos a diestra y siniestra y formar oscuras tempestades por nada,

Y después ponerse a reír desvergonzadamente en un crepúsculo amarillo que es una mera payasada.

Con todo, hay solemnidad específica en los pliegues de Su manto,

Y una cierta nobleza en Su pecho descubierto.

Si Ésta es Su obra, no os quejéis a mí; yo no tengo nada qué ver.

Si hubiese estado presente el día de la creación, le hubiera dado un buen consejo.

Pero que no venga ahora el señor Eliot a meterme miedo, tan gracioso el señor Eliot.

Si bien lo vemos, no hay nada terrorífico en un puñado de polvo. ¿Ah?