A GUILLERMO VALENCIA

Para Gonzalo Arango, en su tumba.

¡Oh Insigne, oh Venerado, oh Maestro!

Tan bueno que es decir ¡Oh! Se siente uno en el Parnaso.

Contigo se iniciaban y se terminaban todas las colecciones y las antologías,

Tu nombre encabezaba la lista de los poetas,

Pero hoy me he levantado a las seis de la mañana para repudiarte,

Antes de que se abran las escuelas y las universidades.

En 1943 tenía yo once años, terminaba la escuela primaria en una aldea de Antioquia,

Te sabía de memoria y te admiraba, porque es fácil impresionar a un poetica de once años,

Cuando ocurrió aquella desgracia de tu muerte, que ha dado origen a tantas celebraciones.

Recuerdo que a las siete de la mañana don Gabriel Caro Urrego, un verdadero maestro que me enseñó a leer,

Le dio la infausta noticia a toda la escuela pulidamente formada, estrictamente limpia e inocente.

Nos dijo: “Queridos niños: acaba de morir Guillermo Valencia (pausa). Les pido un día de silencio, y toda una vida de meditación, alrededor de este gran poeta en cuya memoria, y para cumplir con el decreto del gobierno, tendremos de ahora en adelante un sillón vacío en un aula vacía, adonde podrán llegar cuando lo deseen para recordar y rendir homenaje al primero de los poetas colombianos.”

Era mucho discurso para unos niños en una perdida aldea. ¿No lo creen ustedes?

Bajo un pino que estorbaba en nuestro patio de recreo pasaron lentamente, aquella lúgubre mañana, camellos, centauros, cigüeñas y toda esa procesión extranjera con que nos tuviste invadidos tanto tiempo.

A decir verdad, hasta los cincuenta años no vine a conocer un camello, y eso un camello todo desbaratado en un circo pobre. De las cigüeñas líbreme Dios, y centauros ni los vea, porque caigo muerto.

A los pocos días el director mandó por la silla, porque se necesitaba; meses después hubo que utilizar el aula, más tarde alguien quitó tu retrato, y así fue como empezó a desmantelarse tu monumento de símbolos, y fuiste entrando en ese olvido en que queda la casa después de un trasteo.

Nos pasamos a vivir en la poesía de Porfirio Barba-Jacob, porque en la tuya se sufría mucho la falta de calefacción. Tanto mármol y alabastro, tanto desierto, tanto animal raro, tantos personajes teatrales, francamente no nos sentíamos cómodos.

Hablabas como un cantante de ópera, y la ópera es un lenguaje ajeno, que en nada nos identifica.

Más fácil me fue convivir con las guacamayas blancas que nos trajiste prestadas, porque en mi pueblo había “pavos irreales” blancos, que a pesar de su casta seráfica comían maíz con las gallinas en el patio de la casa.

Bajo tu lámpara blanca como el jazmín repulías tus versos tantas veces que quedaban sabiendo a limadura de oro.

La frágil y perecedera perfección fue tu pasión despiadada, y obtuviste con el triunfo la agonía, comparación que espero te sea grata.

De todos modos nos enseñaste el cuidado del verso, aunque después cambiáramos de idea,

Y el respeto por la poesía (¡pucha que lo tenemos!), no para que se conserve momia, sino para que renazca todos los días como ese pájaro que te gustaba tanto.

Debo considerar, sin embargo, para poner un solo ejemplo, que en 1935 muere Fernando Pessoa y nosotros todavía en el parnasianismo, es decir, en la prehistoria.

Por eso tuvimos que dar la batalla definitiva contra ti en el 58,

Puesto que tu fantasma seguía asustando a los piedracielistas y a los cuadernícolas, y a muchos otros.

Los talleres de lapidación del verso funcionaban día y noche, y no se oía sino la monótona rotación de los abrasivos.

Ahora que ya estamos seguros de que no resucitarás, vengo a reconocer tu bravura.

Homenaje al vencido, y que se guarde su culto entre los muertos.

Fuiste noble en la lid, valeroso y altivo, y a fin de cuentas un artesano como nosotros, reconocimiento que te sabrá a limón, pero el limón es el mejor compañero para la eternidad.


Toda la rima, todo el cálculo, todo el precio–

Sismo y el mito, en nada de nada quedó todo.

En un rapto inspirado nuestro talante recio

Rompió el cristal del verso con un golpe sonoro.