Ya que hacer un soneto me has pedido,
trataré de probar si tengo suerte,
y puedo al fin, Eduardo, complacerte
con un soneto, o algo parecido.
Que no es cosa difícil he creído,
y al contrario, es un juego que seduce,
ya que todo el problema se reduce
a que el soneto quede concluido.
Por lo cual, si quisiera hacer sonetos,
como nadie los hizo, los haría,
y para que quedaran más completos
tres o cuatro tercetos les pondría.
Mas lo que pasa, Eduardo, es que hoy en día
no está la vida para hacer sonetos.
Si sonetos, Eduardo, me gustara
hacer, seguramente los haría,
y ni Lope de Vega me igualara
en el arte de hacer sonetería.
Mas no puedo encerrar mi fantasía
en esa jaula de oro del soneto,
que ninguna prisión soportaría,
y a límite ninguno me someto.
Años hace, obediente a preceptivas,
con metro y rima me inicié de bardo,
pero vi mis ideas tan cautivas,
y mis poemas vi tan incompletos,
que lo juré por Dios, querido Eduardo,
nunca jamás volver a hacer sonetos.
Si hacer sonetos me gustara, Eduardo,
mejor que Núñez de Arce los hiciera,
y no hubiera lirida, aedo o bardo,
que conmigo en tal arte se midiera.
Porque si hacer sonetos yo quisiera,
ni Quevedo ni Lope me igualaran,
ni Campoamor, ni Góngora siquiera,
ni Argensola, al tobillo me llegaran.
Ni Gracián, Garcilaso, ni Cetina,
ni Machado, ni Tirso de Molina,
ni Fray Luis, ni san Juan, ni otros sujetos,
de igual o parecida maestría,
harían los sonetos que yo haría.
Mas como no me gusta hacer sonetos...