PALABRAS MAYORES

Nos habla la historia –con ella la verdad y el escrúpulo–

De ciertos antiguos textos que habiendo sido enterrados con sus amos

Al ser encontrados y descifrados miles de años después soltaron la lengua delante de los arqueólogos,

Y por tal motivo se juzgó que resucitaban, pues su lengua era fresca y muchos de ellos parecían saber lo que había acontecido en los siglos posteriores a su sellamiento y clausura.

Y aquellos textos estaban vivos porque habían sido enterrados vivos. Esa, la única razón.

Si la palabra resucitó de entre los papiros en que había sido envuelta,

Si esta música resplandeció después de que su partitura estuvo trescientos años en el polvo de los archivos,

Si aquel recuerdo de infancia resurge ahora en su mente,

Es porque sólo lo que se entierra vivo vivirá.

Nada auténtico queda de Anacreonte, y Anacreonte vive en sus textos apócrifos,

Y la palabra de Jesús vive en sus apócrifos porque Jesús habló también lo apócrifo,

Y lo apócrifo como trasunto y sarcófago espera la resurrección.

Y tú, ¿con qué traje piensas resucitar? ¡Tan bueno que es resucitar! Resucitamos cada día para hacer lo mismo del día anterior,

Y sólo el día que no resucitemos habremos empezado a hacer lo que no teníamos costumbre, ¡oh paradoja!

Piedras hallamos en los caminos, cubiertas de musgo y jeroglíficos, que han venido a ser jeroglíficos para nosotros, ¡y cuán vivos están sobre la piedra a la vista de los muertos!

Siempre se ha visto, en las historias edificantes, que son los buenos los que matan a los malos,

Y los buenos nos han dejado monumentos para que les reconozcamos y adoremos su memoria, sin pensar en los muertos sino sólo en su gloria perdurable,

Y ya nos hemos cansado y no queremos adorarlos más.

Sentencias son éstas halladas en tumbas. No otra cosa demuestran sino la incoherencia del pensamiento humano:

“Muerto que habla es sospechoso”, dice la piedra de un explorador en El Cuzco, grabada por alguien que no sabía hacer epitafios.

“Si a los ricos les es difícil entrar en el reino de los cielos, ¡cuánto más difícil será para los pobres!”, se lee en una tableta que el señor principal de mi pueblo hizo colocar a la entrada de su tumba.

“A un joven que escribe poemas hay que tenerle lástima. A un viejo que escribe poemas hay que tenerle miedo”, pidió que se grabara en su losa, si le ponían una, el poeta Estebanillo, bufón del Duque de Amalfi.

“En religión, como en amor, no se trata de creer sino de practicar”, tuvo la osadía de hacer escribir en su sepulcro el famoso y pragmático Bernat Metge, consejero del rey Martín.

Dice el mármol, sobre la puerta de entrada, en un cementerio de Tenosique: “Es preciso que unos a otros se griten la palabra de la resurrección para que el misterio pueda efectuarse”. Escrito en uno de los dos mil idiomas que se hablaban en América en la época de la conquista.

“El que es verdaderamente inocente no tiene miedo. Por eso los leones se dejaron comer de los cristianos”. Graffitti que estuvo algún tiempo en las ruinas del Coliseo, por la época de los hippies.

En una lápida, en el Cementerio de los Pobres, en Medellín: “Todo termina en el mismo punto en donde empieza”.

En el Cementerio de los Ricos, en esa ciudad, el elocuente mármol habla en primera persona y las trompetas, en boca de los ángeles, anuncian una feliz resurrección y una próspera eternidad.