En aquellas montañas donde tantas gentes viven pero no se ven,
Mimetizadas en la tempestad, detrás de las grandes piedras, en la espesura de los seres antagónicos,
En aquellas montañas suceden cosas que nos ponen los pelos de punta.
En el camino de Urrao descendían de los árboles dedos larguísimos a señalar la tierra. Yo no los vi; los vio doña Carmen, la que fabricaba el pan.
Por las calles de Altamira circulaban perros de cuero, que si uno les daba con un bastón sonaban huecos por dentro y gritaban, a condición de que fuera hacia las tres de la madrugada.
Detrás de mi casa empezaban a cavar desde temprano todas las noches, durante algún tiempo, y si salíamos a ver se escuchaban los golpes y el jadeo un poco más allá,
Y luego más allá, y más allá,
Pero al llegar al límite del pueblo nos devolvíamos a rezar el rosario porque nos daba miedo.
Y éstos éramos mis padres, mis hermanos, y yo que no tenía que creer en nada porque estaba estudiando, pero es verdad que sucedió,
Y en el patio de la casa se sentían caer piedras en plena mañana, venían rodando por el techo y se las sentía caer por el patio cementado,
Pero no había nunca ninguna piedra en el patio tan limpio, adornado sólo con algunas plantas.
Detrás de la puerta de la alcoba sonaba a veces una campanilla, de noche pero también de día,
Y sucedió que, estando mi padre dormido, llegó un buey, entró por la puerta, arrimó hasta la cama, cargó con él sobre el lomo, dio un rodeo por toda la casa y fue a depositarlo detrás de la puerta, donde sonaba la campanilla.
Entonces mi padre, después de consultar con el cura, levantó el piso, organizó una excavación empezando por el sitio donde el detector de metales se volvía loco, pero se encontró una gran piedra plana y no quisieron cavar más porque nos quedábamos sin casa.
Y la casa estaba situada en el camino por donde el Capitán Francisco César huyó con sus tesoros, perseguido de los indios. Tuvo que enterrarlos en la boca del monte, porque le daban alcance. Los tapó con una gran piedra plana, dice la leyenda.
Cuando murió Misiá Elodia, en la casa de al lado, se oían ruidos en la cocina de bahareque y yo fui a buscar y sólo encontré unas monedas en un agujero.
En la raíz de un árbol de balso donde había caído un rayo, encontraron una olleta de cobre llena de rebosantes esterlinas.
Se sembraba un árbol donde se enterraba un tesoro, a fin de protegerlo y señalarlo a la vez.
También se siembran árboles en las tumbas, encima de los muertos queridos.
Llegan a veces a mi casa visitantes misteriosos que evidentemente tienen algo que hacer allí, abren la puerta con su llave, caminan hasta el fondo del pasillo, contestan al teléfono si es del caso,
Y cuando salgo a recibirlos ya no están; han salido para tu casa.
Fueron muy fuertes y repetidos los golpes en la pared de mi cuarto, a las tres de la madrugada, y de inmediato he gritado: ¿Quién golpea? Pero enseguida recapacito que me encuentro en el octavo piso y no hay nada en ese lado de la pared.
Estando clara la noche, unos gatos se han desperezado junto a mí, en el alféizar de la ventana, bostezando Ahhh Ahhh Ahhh pero yo estaba viendo que no había gatos ni nada, ni cosa aparente como gatos. Después averigüé que allí en aquel piso había habido gatos haría unos cinco años.
Cierta vez, después de haber ido al cine, entré a la cocina para tomar agua y allí estaba en la ventana el diablo mirándome.
Lo observé bien y era el diablo exactamente que estaba allí en la ventana mirándome con esa sonrisa maliciosa que vosotros le conocéis.
Entonces lo primero que se me ocurrió hacer fue ir a llamar a Jotamario que vivía cerca y de quien acababa de despedirme, para que viniera enseguida a ver al diablo.
Pero Jotamario, indignado: que cómo se me ocurría llamarlo para ver algo tan común, y colgó el teléfono.
Frustrado por la actitud despectiva de Jotamario para con el diablo me volví corriendo a la cocina, para verlo bien antes de que se fuera, pero ya no estaba allí,
Y yo me había quedado con la gana de volver a verlo, por esa costumbre que tenía de compartir el mundo con los amigos. Ya no la tengo, porque siempre me hicieron notar muy educadamente que los mundos superpuestos no son interrelacionados.
En el vidrio de la ventana sólo destellaban cucharas y cucharones, el tenedor y los brillantes utensilios que reflejaban llamas en los ojos del diablo.
Son legión los monjes que caminan por pasillos y corredores sin tocar el piso, innumerables las voces sin cuerpo que se quejan, incontables los almidonados fantasmas, y las mesas no han dejado de moverse en todo este siglo.
En algunas casas, antes de irse a dormir, se coloca el alimento para fantasmas sobre las veladoras,
Y en cuanto a los espíritus burlones, el pintor Alvaro Barrios fue víctima de uno de ellos que lo extravió en un monte,
Pero no para burlarse de él, sino de sus pinturas.
En Barranquilla había –en tiempos de Plinio Apuleyo Mendoza– un duende que perseguía a una señora. El duende habitaba en el zarzo de la casa, en el Barrio Abajo, y la señora tenía que vivir de ciudad en ciudad hasta que el duende la encontraba en una y entonces ella tenía que salir al día siguiente para otra.
Con el fotógrafo Daniel García fuimos una noche a esperar ese duende, pero no salió nada en las placas, salvo una especie de luz difusa en los negativos, que hubiera podido ser sombra si los hubiésemos copiado.
Mi abuelo perseguía los espantos en su pueblo, machete en mano, y él mismo se disfrazaba a veces de espanto en caminos solitarios por donde sabía que pasarían determinadas personas.
Como en los tratados de Arte Poética se dice muy claro que no se debe hacer versos sobre la familia, porque tales versos resultan invariablemente malos, a causa sin duda de considerar a la familia como algo prosaico,
Por esa razón me abstengo de contaros las relaciones del abuelo con el más allá, que es también el más acá, porque está tan alrededor nuestro y nos aprieta.
Pero al Maestro Jorge Ruiz Linares le sucedieron en Tunja unos espantos terribles, y aquí dejo constancia y si no es verdad para qué me lo contó.
Y don Eduardo Mendoza Varela escuchó en sueños el llamado urgente de su madre, y se levantó asustado y en ese momento se desprendió el techo sobre la cama. Y esto es verdad porque sucedió en el barrio La Candelaria, de Bogotá.
A Elisa Mújica no se le ha aparecido ningún fantasma porque el fantasma es ella misma, el más sonriente y sagrado fantasma solitario, el más bello, con una sonrisa cristalina que no es de este mundo y por eso digo que es un fantasma. Y si no es un fantasma entonces será un ángel, porque a los ángeles también los hacen de vidrio. Elisa se ha quebrado varias veces, luego es un ángel de vidrio. Así me enseñaron a razonar los padres jesuitas.
Ahora yo estoy disfrutando de la frescura de la piscina, en una ciudad sin fantasmas, todo claro y limpio y moderno, nadie tiene cara de susto,
Pero esta agua clara y fresca y mansa, que Tales de Mileto consideraba como principio de todas las cosas (favor consultar la enciclopedia),
Es la misma de donde provienen los endriagos, los monstruos marinos, los engendros de los ríos,
La misma de las devastaciones, de los diluvios, la que en gotas se llama "agua bendita", y nos hace maldecir en la desolación de las inundaciones.
Aquel día habíamos ido al mar a nadar con mi primo, y era la víspera de su boda. Madame Martin, la vidente, se lo había advertido.
Pero él no hizo caso, y nos metimos al mar.