EPÍLOGO

Por GONZALO ARANGO
(Contraportada de la primera edición)

En un reportaje, único que ha dado en su vida, el poeta X-504 me dijo: “El secreto de mi estilo está en que escribo siempre desnudo”. Seguramente este estilo de ser poeta, de absoluta desnudez formal, lo consagró por unanimidad Premio de Poesía Nadaísta 1967, con su libro Los poemas de la ofensa.
Cuando el Nadaísmo estalló sus consignas de revolución al servicio de la barbarie, X-504 tomó en Cali la bandera de la insurrección literaria. Ese seudónimo hizo famoso a uno de los más grandes poetas de nuestra generación. Pocos conocían la identidad del revolucionario del arte y el burócrata de la Recaudación de Hacienda. El lo quería así, por una alergia natural a la publicidad. Un día decidió descorrer el velo y cambiar su placa de poeta por su verdadero nombre: Jaime Jaramillo Escobar. Fue una decepción. El mito que había creado era indestructible, había calado demasiado hondo en la conciencia de su generación para ser borrado de un plumazo. Todos lo seguimos llamando X-504, o simplemente X. Le será difícil deshacerse del fantasma que ocultaba su verdadera realidad, tan real que es otro misterio. Pues este gran poeta es, paradójicamente, un maniático del trabajo. Lo ejerce como sustituto de la droga heroica, como evasión de los secretos conflictos de su conciencia. En su vida cotidiana es el poeta menos proustiano de la literatura, aunque sostiene que la eternidad tiene tiempo de esperarlo.
Como este solitario es alérgico a la gloria y a los fotógrafos, no quiso venir al acto académico nadaísta a recibir el Premio de Poesía Cassius Clay (“el que más duro pega”), que se ganó con Los poemas de la ofensa entre ochenta libros concursantes. Alegó que estaba muy ocupado.