CAUTIVERIO DEL MONSTRUO

Aquí, desde la costa, miro la noche impenetrable.

Al otro lado del mar están las ciudades luminosas y llenas de voces,

mas, a mi alrededor sólo el embate del océano contra mi memoria en la oscuridad,

y rebaños de nubes salvajes.

Mi nombre contra la piedra, y éste es el relato de mi cautiverio,

desterrado más allá de las islas, en la última línea del horizonte que le da la vuelta a la tierra.

Y tú, ballena azul que has venido a mirarme, escucha:

sólo puedo comer los peces que caen del Cielo, ése es mi único contacto con los seres, y mis dedos soban su piel recamada de rocío,

mis dedos con pico de pájaro para escarbar las arenas.

Diviso dentro de mí todas las cosas de la Tierra,

y sé que hay surtidores de música en las ciudades,

y que el agua vuela de un lugar a otro sobre las nubes,

mas ya no volveré a las ciudades y mi soledad es grande bajo las nubes,

¡Oh hielos, auroras, inmensa agua desnuda!

En el polo mi más cálida cercanía, y el alma se arrastra sobre las rocas encadenada a mi pie.

“Todos creen conocer el amor”, decía un inri colocado en el palo de gavias,

y ahora el barco yace cerca de la costa, pesado de arena, y sobre la punta del palo, en la baja marea, viene a gritar un pájaro marino, de largas alas como velas.

Y el barco tenía también inscripciones sobre la soledad, inscripciones sobre el olvido, y amonestaciones sobre la memoria,

y palabras acerca de todo lo que debe saber un monstruo.

¡Mi nombre contra las olas, y que retumbe mi grito sobre los mares!

Hablo con la sombra del día –a la entrada de mi caverna, el mar empinándose sobre el acantilado–

hasta que viene la noche condecorada con una gran medalla de oro,

la noche donde la voz se pierde en los pliegues del mar.

Y el alma escucha mi relato, sentada como un perro de guía,

con la cabeza erguida, las patas delanteras rectas,

y el pecho blanco donde mis dedos buscan un poco de calor.

Exigua memoria acompaña al desterrado,

y el alba rosada le sorprende repitiendo la misma historia de amor,

hasta que fue convertido en monstruo y colocada esta tabla para avisar del peligro a los viajeros:


“Que ningún barco y ningún animal marino ni celeste

pase a menos de diez millas de esta costa,

y que los peces se traguen al mar si el mar permite que esta ley sea violada”.